
Por Catalina Garrido, Project Manager de CurrencyBird
Durante años, hablar de pagos internacionales era referirse a un sistema financiero pesado, centralizado y predecible en su lentitud. Las pequeñas y medianas empresas debían adaptarse a los tiempos del circuito bancario tradicional: transferencias que tardaban días, intermediarios que diluían el control sobre el proceso y una estructura global pensada más para la seguridad que para la agilidad.
Sin embargo, la lógica está cambiando. La rapidez de acreditación y la capacidad de operar en monedas locales están redefiniendo la noción de competitividad. Hoy, el tiempo de abono de una transferencia puede marcar la diferencia entre cumplir o perder un contrato. Ya no se trata solo de precio o de tipo de cambio: la ventaja está en quién llega primero, y con menos fricciones.
La apertura de rutas para pagos instantáneos —en monedas como la rupia india, el baht tailandés o el sol peruano— refleja una transformación estructural. El mundo financiero comienza a comportarse como la economía digital: interconectada, inmediata y descentralizada. Detrás de esta tendencia hay un cambio cultural que redefine cómo las pymes se insertan en el comercio global, dándoles herramientas antes reservadas a grandes corporaciones.
En este nuevo escenario, la infraestructura tecnológica es también infraestructura económica. No basta con tener acceso a divisas o cuentas en el extranjero; lo determinante será la capacidad de procesar pagos y cobros en tiempo real, en la divisa que el mercado local demanda. Las fintech, al acelerar esas rutas, están empujando una modernización de los flujos financieros que el sistema bancario aún no consigue igualar.
Desde Chile, ese cambio se observa con claridad. La expansión de redes tecnológicas hacia mercados de Asia, Europa y América Latina demuestra que la competitividad ya no se mide en tamaño, sino en capacidad de adaptación. Y ahí, las pymes pueden ser tan ágiles como los gigantes si cuentan con las herramientas adecuadas.
En definitiva, la velocidad es el nuevo lenguaje del comercio global. Cada segundo ahorrado en una transferencia no es solo eficiencia operativa: es confianza, oportunidad y sostenibilidad para un sistema económico que empieza, por fin, a moverse al ritmo del siglo XXI.







