
Más allá de una dificultad para leer o escribir, la dislexia revela las brechas de un sistema educativo que aún no se adapta plenamente a la diversidad neurocognitiva.
En Chile, miles de niños y niñas enfrentan la dislexia, un trastorno específico del aprendizaje que afecta la precisión, fluidez y comprensión lectora. Sin embargo, el verdadero desafío no está solo en la condición neurológica, sino en cómo el sistema educativo y la sociedad responden ante ella.
“En educación, casi todo se transmite a través de la palabra escrita, lo que convierte a la dislexia en un obstáculo cotidiano que puede afectar la autoestima y generar frustración”, explica Sandra Urra Águila, académica de la Facultad de Educación y Ciencias Sociales de la Universidad Andrés Bello (UNAB).
Cuando las escuelas exigen habilidades lectoras por encima de lo esperado para la edad, muchos estudiantes con dislexia se enfrentan a entornos que no comprenden su ritmo ni su forma de aprender. Esto puede derivar en baja autoestima, desmotivación y discriminación silenciosa, tanto dentro del aula como en su vida diaria.
Romper con el modelo único de aprendizaje
La académica advierte que gran parte de los espacios escolares están diseñados desde una mirada adultocéntrica y neurotípica, pensada para quienes no tienen dificultades en decodificar el lenguaje escrito. “Imagine la experiencia de un niño que no logra leer los avisos, instrucciones o señales en un entorno que premia la rapidez y castiga el error”, plantea Urra.
A esto se suma la falta de diagnósticos oportunos y de apoyo psicopedagógico especializado, factores que muchas veces llevan a etiquetar injustamente al estudiante como poco esforzado o con limitaciones cognitivas. El resultado: angustia, frustración y un sentimiento de exclusión que también afecta a las familias.
Educar desde la diversidad y no desde la estandarización
La solución, afirma la académica, no está en “normalizar” al niño, sino en adaptar el entorno a su forma de aprender. Esto implica fortalecer la colaboración entre familias, docentes y especialistas, fomentar el diálogo informado y desaprender prácticas que perpetúan la desigualdad.
“Un cerebro neurodivergente no es un cerebro defectuoso; es un cerebro que funciona de manera diferente. La dislexia nos invita a repensar la escuela, a reconocer que la verdadera equidad no consiste en tratar a todos igual, sino en ofrecer a cada estudiante lo que necesita para florecer”, enfatiza Urra.
En definitiva, la dislexia interpela al sistema educativo a evolucionar hacia una educación inclusiva, empática y flexible, capaz de garantizar que todos los estudiantes —sin excepción— tengan las mismas oportunidades de aprender y desarrollarse plenamente.







