La mayoría de los padres anhelamos que nuestros hijos alcancen la felicidad y logren el mayor bienestar posible. En este proceso de crianza, estamos influenciados por nuestras propias historias y experiencias, el estilo en que fuimos criados, así como también por aprehensiones, temores y nuestra propia personalidad.
Hay personas que creen que lograr el bienestar de sus hijos consiste en velar por ellos, inclusive, tomando decisiones que son de carácter personal, convencidos de que aquello es un intento de protección hacia ellos. Sin embargo, evitar que el hijo se equivoque, sufra y tenga alguna dificultad está disminuyendo el desarrollo de sus propias habilidades y, por ende, la seguridad en sí mismo.
Este erróneo intento suele darse en torno a una dinámica de sobreinvolucración. Por ejemplo, en decisiones como la carrera que estudian, el novio/novia que deben elegir, la forma correcta de vestir o cómo deben pensar en lo político, religioso u otros, y las metas que deben tener.
Cuando los padres intentan resolver los problemas de sus hijos impidiéndoles que los enfrenten por sí mismos, evitando que cometan errores, caigan y se levanten, están obviando las experiencias necesarias para desarrollar las herramientas que les permitirán transitar hacia la adultez.
Este estilo parental, empeñado en intentar evitar que los hijos cometan errores o se equivoquen, mantiene a los padres en constante alerta e incluso se angustian más que los propios hijos frente a las dificultades que deben enfrentar.
Sobreinvolucrarse en la crianza y perder de vista que el hijo es un ser diferente a los padres – un ser único con su propio camino- genera en ellos dificultad para crecer y transitar por un adecuado proceso de individualización.
Cuando aquello sucede, generamos confusión y entrampamiento y dificultad para que ellos puedan descubrir y comprender cuáles son sus propias definiciones y límites.
Que nuestros hijos logren convertirse en adultos independientes y con una sana identidad, se facilita cuando los padres logran estar al lado de ellos y actuar de guías, acompañantes del proceso de crecer, con una distancia emocional adecuada que permite reconocer al niño como un otro con características particulares, donde el rol del padre es potenciarlo para que descubra su propia identidad, singularidades y habilidades.
Si actuamos como guías y entendemos que el rol protagónico es de nuestros hijos, facilitaremos que encuentren sus propios recursos para potenciar su desarrollo. Los padres damos las bases, con un ambiente estable y seguro, transmitiendo valores y estableciendo límites sobre los cuales nuestros hijos deben ir diseñando su propio camino.
Los padres somos acompañantes y no protagonistas de la historia de nuestros hijos porque ellos tienen su propio guion de vida por descubrir. Debemos respetar que son seres únicos y darles impulso para volar.
Daniela Toro
Psicóloga especialista en Terapia Familiar del Centro Clínico del Ánimo y la Ansiedad