No hay una edad precisa en la que los problemas cognitivos puedan manifestarse tanto en perros como en gatos. Esto dependerá de diversas variables; por ejemplo, si mantienen estímulos sensoriales en su vida diaria, la probabilidad de desarrollar cambios neurodegenerativos será menor. En caninos, estos cambios pueden comenzar a evidenciarse a partir de los siete años, mientras que, en felinos, es más probable que ocurran a partir de los diez años de vida.
Sin embargo, no todos los pacientes geriátricos muestran estos signos, por lo que es crucial prestar atención a las diferentes señales que puedan manifestar con el tiempo. La desorientación, por ejemplo, puede ser un indicativo. Esto se manifiesta cuando no pueden acceder a ciertos lugares, permanecen observando un punto fijo o no reconocen a personas o animales familiares.
Por otro lado, las alteraciones en las interacciones sociales desempeñan un papel relevante. El aumento de irritabilidad, miedos e incluso conductas agresivas son señales de alerta. Pueden perder interés en el contacto social con sus tutores. Es esencial destacar que estos rasgos son consecuencia de la vulnerabilidad que experimentan debido al deterioro progresivo de los sistemas sensoriales, como la audición, la visión y el olfato.
De manera similar, los hábitos aprendidos pueden desaparecer debido a un deterioro en los procesos de aprendizaje y memoria, como el hábito en el uso del lugar de baño. La dificultad para adquirir nuevas enseñanzas o responder a las que se tenían previamente es evidente. Asimismo, puede observarse una disminución en la actividad exploratoria o de juego, y pueden surgir conductas repetitivas debido a la falta de regulación eficiente a nivel cerebral causada por el deterioro neuronal.
En cuanto a sus patrones de sueño, la regulación de los ciclos circadianos experimenta cambios en esta etapa. Las mascotas tienden a volverse más activas durante la noche, manifestando comportamientos como deambulaciones o vocalizaciones, y pueden optar por dormir más horas durante el día.
Además, debido a la dependencia de sus tutores, el desarrollo del deterioro cognitivo puede desencadenar episodios de ansiedad por separación o soledad, situaciones que no eran comunes previamente. En tales circunstancias, así como en su vida regular, las mascotas tienden a mostrar signos más pronunciados de ansiedad y miedo frente a diversos estímulos visuales y auditivos.
A pesar de tener en cuenta estas señales, el diagnóstico puede ser complejo, ya que este problema comparte signos clínicos con otras enfermedades. Por lo tanto, el diagnóstico se realiza mediante la identificación de patrones comunes de la enfermedad y la exclusión de otras patologías a través de un proceso de descarte, llevado a cabo por un médico veterinario especialista en etología clínica, una rama de la medicina veterinaria especializada en el comportamiento, necesidades y comunicación de los animales.
Las recomendaciones para manejar el deterioro cognitivo son individuo-dependientes y no existen pautas generales para abordar el problema. Sin embargo, hay pilares que deben considerarse, como las adecuaciones ambientales, planes de estimulación cognitiva y sensorial, y en algunos casos, el manejo nutricional y del dolor. En ocasiones, puede ser necesario recurrir a tratamientos psicofarmacológicos.
Es fundamental que la familia aprenda a comprender los procesos que está experimentando el paciente. Esta comprensión no solo facilita la implementación de las recomendaciones, sino que también contribuye significativamente al bienestar del animal en esta etapa.
Agustín Cartes Espinoza
Académico de la Escuela de Medicina Veterinaria
Director académico del Hospital Clínico Veterinario de la U. Andrés Bello, sede Viña del Mar