Desde tiempos inmemoriales al ser humano le ha presentado desafíos insondables la comprensión de lo que es la realidad en su doble dimensión de vigilia y sueño. Actualmente se considera al dormir como un proceso fisiológico fundamental para la salud de las personas y en particular para su sistema inmunológico.
Según varios estudios, la población mundial duerme cada vez menos, principalmente por factores sociales y por los hábitos de los individuos. Esto tiene incidencia en la vigilia, cuando estamos despiertos, por ejemplo, en la memoria y el aprendizaje, ya que, al dormir satisfactoriamente, recuperamos energía y regulamos una serie de procesos neuroendocrinos.
En el ser humano el dormir “madura”; es decir se tienen que dar ciertos procesos biológicos en el tiempo, hasta que los niños y niñas puedan lograr su estabilidad y sus mayores beneficios.
Con la vida adulta y el estrés que caracteriza a la vida social contemporánea, se ha comprobado una creciente tendencia a que las personas sufran de trastornos del sueño. Ellos se observan más en las mujeres, en las personas de nivel socioeconómico bajo, las personas con trastornos psiquiátricos y en los ancianos institucionalizados, por ejemplo. Entre ellos se encuentra el insomnio, la hipersomnia (lo opuesto), las pesadillas y, en proporciones poco significativas el sonambulismo, los terrores nocturnos y las pausas respiratorias.
Según la OMS el 40% de la población mundial sufre insomnio en algún momento de su vida. Ello es un factor de riesgo para varias enfermedades, tales como la diabetes mellitus tipo 2 y la obesidad. A la inversa, son muchos los trastornos físicos y psicológicos que afectan la conciliación o calidad del sueño.
En este terreno ha ido creciendo exponencialmente la tendencia de la población a consumir “remedios para dormir”. Como alternativa la evidencia demuestra el gran valor que tiene la meditación o las técnicas de relajación y respiración consciente. Por ello es relevante, hoy más que nunca, aprender y practicar una “higiene del sueño”.
Es importante recalcar que toda persona debe revisar sus hábitos de dormir y discriminar los factores que pueden afectarlo. Podemos destacar los factores ambientales tales como la exposición a la luz y al ruido. En segundo lugar, las conductas de las personas entre las que sobresalen el consumo de café, cigarrillos y drogas y los patrones de vida previos al acostarse, tales como la exposición excesiva a la televisión, el computador o los teléfonos celulares.
Debe atenderse al cuidado del dormir desde la primera infancia, pues los recién nacidos que son afectados en su sueño, tienden a experimentar efectos adversos en su desarrollo neurológico, físico y cognitivo, sufren de más ansiedad y evidencian más agresividad y problemas de aprendizaje a posteriori. Si estos trastornos se prolongan hasta la pre adolescencia o adolescencia, favorecen el desarrollo de problemas psicológicos y psiquiátricos. Es relevante atender a la importancia de la calidad y el valor que tiene el sueño para el bienestar humano.
Georg Unger
Psicólogo y académico Universidad Central