Mientras algunos parlamentarios chilenos se burlan de la idea de reconocer el duelo por la pérdida de una mascota, millones de familias viven ese dolor silencioso, profundo y legítimo. Porque cuando se va un animal amado, no muere solo una compañía; se apaga una parte del hogar, un pedazo del alma, un amor incondicional.
Hay miradas que se quedan para siempre. Esa última, la que uno quisiera retener y duele hasta lo más profundo cuando ese pequeño compañero parte, llega envuelta en silencio y profunda tristeza. La mirada de quien confía en nosotros hasta el final, de quien se va sin entender del todo por qué el cuerpo se apaga, pero aún espera que nuestras manos lo acompañen, queda en manifiesto que un lazo tan puro no puede medirse ni explicarse.
Ver ese cuerpo pequeño, indefenso, buscando consuelo en nosotros, es una escena que no se borra. Porque no se trata de una mascota, sino de un hijo distinto, un compañero de alma que caminó a nuestro lado, compartiendo rutinas, risas, silencios.
Cuando se van, algo dentro de uno se rompe para siempre. Queda el espacio vacío, la rutina mutilada, el eco suave de sus pasos en el recuerdo.
Y, sin embargo, desde los escaños del poder, algunos se ríen o ignoran. Parlamentarios que se burlan de quienes lloran a sus animales, que miran con desdén un proyecto que busca reconocer el duelo por la pérdida de un ser amado.
Qué frágil y triste es esa risa. Qué lejos están de entender que la empatía no se legisla, pero sí se demuestra.
Negar ese dolor es negar la humanidad misma. Es olvidar que el amor, en cualquiera de sus formas, nos hace personas.
Juaquito, Pablito, Avellana y Negrito fueron más que gatos y perro. Fueron familia. Fueron vida.
Y en su partida aprendimos que el verdadero amor no termina con la muerte; simplemente cambia de forma.
Ellos siguen en cada rincón donde antes dormían, en el aire tibio de las mañanas, en el recuerdo de su mirada confiada.
Y cuando pienso en quienes desprecian este tipo de duelo, no puedo más que sentir pena, pena por su ceguera, por su corazón cerrado a una forma de amor tan honesta y luminosa que nunca han sentido.
Ojalá llegue el día en que el dolor por la pérdida de un animal no sea motivo de burla e incomprensión sino de respeto.
Porque quien ha amado a un ser así, quien ha sostenido su cuerpo frágil en el último aliento, sabe que no hay amor más puro que ese que no pide palabras.
Por Juaco, Pablo y Negrito, y por todos los pequeños hijos que nos enseñaron lo que significa amar sin condiciones… y partir dejando huellas que no se borran jamás.
Por Lorena Bustamante R.









